domingo, 17 de octubre de 2010

Aceitunas de tercera clase

Corría el año de 1987 y la aerolínea “American Airlines” hacía leyenda con sus innovadoras formas de ahorrar; ante el alza de precios internacionales y las presiones económicas, tuvo la idea de quitar una aceituna de cada ensalada en primera clase y de esta manera se ahorraron unos 40000 dólares al año.

Todo un éxito empresarial sin duda y es posible pensar que después de este acierto administrativo se diera pie a una gran ola de “pequeños ahorros” en todos los sectores empresariales de esos de los que nadie se percata. Por ejemplo: ¿para qué poner películas cuando podemos emular una televisión local plagando a los usuarios de series con cortes comerciales e infomerciales? ¿Para qué les damos comida cuando bien pueden aguantar un vuelo de tres horas con una bolsa barata de cacahuates japoneses?


Viajar en avión en mi infancia (que no fue hace tanto) representaba un lujo implícito en el buen trato que se recibía, la comida completa con todo y postre, también las películas de acción y drama que hacían lo suyo a veces opacando el ya de por sí hermoso paisaje de nubes de inmensos blancos y marcos tornasol. Hoy solo hay comerciales, botanas chatarra y una atención por parte de las azafatas que se siente exagerada al tomar en cuenta lo paupérrimo de lo ofrecido. 

La comida digna, las almohadillas para que no se entuman las asentaderas y los periódicos del día siguen ahí, pero sólo para la primera clase, la clase ejecutiva, o premier, no importa como se le llame, metafórica y literalmente son los hombres detrás de la cortina. Esos que disfrutan sus privilegios en una parte exclusiva pues sabemos que es una sección selecta para gente que de alguna manera tiene para pagarla y no pensamos demasiado en lo que ocurre detrás de la cortina, sabemos que no nos corresponde, por respeto, aunque sea por parte de los menos afortunados, es decir, un noventa por ciento de todo el avión. 

El problema de raíz no se encuentra en el ingenio para sortear impuestos o los modos en que los sistemas organizacionales sobreviven en los mercados globales, pero sí son un buen punto de partida para evidenciar su comportamiento tan desalmado cuando las personas se ven obligadas a adaptarse a los nuevos cambios que suelen ser una degradada versión de lo que solían, eso y la manera que las jerarquías se dejan sentir en todos los productos del mercado.

Una vez abajo, llegar al aeropuerto de la ciudad de México se vuelve toda una experiencia, es adecuado pensar en un aeropuerto como un lugar donde la gente no desea realmente estar, es un lugar de paso, un gusano colosal que absorbe al transeúnte y converge culturas; pero tampoco es el metro, el avión no es un transporte público, no se encuentra mucha gente representativa de nuestra tierra.

Ya inmerso en su arquitectura, los patrones en el diseño aparecen y dejan al descubierto una serie de intenciones propios un régimen, que te obligan a ser parte de un orden tan preciso como los círculos perfectos que hay en todas las paredes. En el aeropuerto nadie hace escándalo, a nadie le conviene, todos necesitan avanzar, optimizar el tiempo, salir de allí en cuanto se pueda, una extraña sala de espera multi cultural que a la vez sirve de cortina de humo para mostrar a propios y extraños la manera en que se debería ver a México.

Nuestro país, para quien se llegase al aeropuerto en una conexión parecerá un imperio cosmopolita, rodeado de seguridad y orden, con secciones VIP y comida de cadenas internacionales. Si quiere pasar a otra área, requerirá una incómoda revisión, pero lo vale el salón de arte que está del otro lado; no se moleste en preguntar nada a los empleados, ellos tampoco conocen todo el lugar, pero si se tiene un poco de suerte, hasta podría toparse con una que otra celebridad.

La sana satisfacción de las primeras impresiones, sin embargo, no es capaz de borrar los hechos, supongo que por ello aquel chico europeo veía con tanto asco como una señora le cambiaba el pañal a su hijo a dos asientos de él; las sonrisas de los empleados jamás compensarán una hora de retraso en el vuelo y cualquier disminución de aceitunas, películas o calidad en el servicio a fin de que se pague más para obtenerlo parece nada ante el hecho de que las personas en sí mismas somos tratados como aceitunas de tercera clase que podemos ser exprimidas o etiquetadas con el fin de obtener una utilidad.

Esta es una metáfora por supuesto, ya que de donde yo vengo, jamás se ha visto una aceituna en un plato de comida de un avión.

Frases de la semana:

"El ministerio de economía debería llamarse ministerio de la miseria, ya que al ministerio de la guerra no se le llama nunca ministerio de la paz."

Jacques Prévert

"La inflación es como el pecado; cada gobierno la denuncia, pero cada gobierno la practica."
Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799) Profesor de física y científico alemán

"Asesorarse con los técnicos del Fondo Monetario Internacional es lo mismo que ir al almacén con el manual del comprador, escrito por el almacenero" (almacenista).
Arturo Jauretche

Aconsejar economía a los pobres es a la vez grotesco e insultante. Es como aconsejar que coma menos al que se está muriendo de hambre.
Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.

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